Por Daniel Almazán Jiménez
Decía Nellie Campobello que, “Cuando todo pasa sólo te queda el recuerdo de la dulce caricia que robaste un día al tiempo…” y así los días de lluvia, cuando escampa, sólo queda el aroma, la humedad que sacia las flores, desintoxica los árboles y sólo a las aves las hace libres, por eso, los días de lluvia molestan a los que no son dueños de sí mismo, a los que no están acostumbrados a observar, a escuchar, a los que siempre viven a prisa y a los que aparentan hacer algo y no hacen nada. A ellos, la lluvia molesta.
La lluvia de la ciudad no es la misma lluvia que cae en el campo… en la ciudad, la lluvia es gris y detiene todo, en el campo, la lluvia es transparente porque no esconde nada, a la vida no se le puede esconder nada.
En el campo la lluvia cae para dar vida, para dar luz e iniciar todo una vez más. En la ciudad, la lluvia saca a flote nuestra educación e inunda nuestros hábitos y nuetra paciencia.
Los días de lluvia nos traen y nos abren los ojos a esos detalles que siempre estuvieron ahí y no veíamos. La lluvia nos muestra, nos invita, nos calma y nos habla al oído.
La lluvia en mi, es un sueño, un pilar, un abrazo y un color. La lluvia en ti, es una parte más de tu cuerpo, de tus pensamientos, de tu forma de ser.
La lluvia al caer arranca, aquieta, aletarga y obliga a pausar la prisa, el día, las ganas.
La lluvia posterga, aclimata, alenta y detiene la rutina y el tiempo para dar fuerza al viento que lleva la lluvia a toda dirección.
Los días de lluvia musicalizan los aromas y los climas, suavizan los rasgos, endulzan las voces.
La lluvia ablanda, conmueve, convence… en la ciudad o en el campo lo mejor suelen ser los días de lluvia.
Twitter: @Daniel1Almazan
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