Autor
Dirección General de Comunicación Social UNAM
Fecha de publicación
14 de septiembre 2022
Categoría
Boletín
• En ocasión del Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono, Telma Castro Romero asegura que si ese “escudo” se debilita peligra la vida.
Se espera que la capa de ozono del Ártico y de las latitudes medias del hemisferio norte se recupere completamente en 2035 aproximadamente, seguido por las latitudes medias del hemisferio sur, a mediados de siglo, y de la región Antártida para 2060.
“La evaluación científica más reciente sobre el agotamiento del ozono conducida por la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente muestra que, en algunas partes de la estratosfera, la capa de ozono se ha recuperado a un ritmo del uno al tres por ciento por década desde el año 2000”, señala Telma Castro Romero, integrante del Grupo de Aerosoles Atmosféricos del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM.
También explica que gracias a su recuperación y a la protección que brinda contra la radiación ultravioleta proveniente del Sol, “en un alto porcentaje está asegurada la vida como la conocemos, aunque no lo sabemos respecto a otros fenómenos, como el cambio climático”.
Con motivo del Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono –que se celebra el 16 de septiembre–, el cual fue proclamado en 1994 por la Asamblea General de Naciones Unidas en conmemoración de la fecha de la firma del Protocolo de Montreal sobre sustancias que la dañan, en 1987, quien fuera directora del entonces Centro de Ciencias de la Atmósfera explica que el ozono es un gas que está de manera permanente en la atmósfera de la Tierra y su mayor concentración se ubica en la estratosfera.
La atmósfera, detalla, mide aproximadamente 100 kilómetros de altura y una forma de estudiarla es a través del perfil de la temperatura; de la superficie a 10 o 12 kilómetros se llama troposfera; luego hay una capa de transición y, posteriormente, cerca de los 15 kilómetros empieza la estratosfera.
En la troposfera, la temperatura disminuye con la altura, pero en la estratosfera hay una inversión y en lugar de disminuir aumenta, debido a reacciones químicas que rompen enlaces de compuestos y liberan calor, en particular la del ozono, y eso provoca el incremento.
“El ozono estratosférico se forma en la atmósfera cuando la radiación ultravioleta (UV) alcanza la baja estratosfera y disocia las moléculas de oxígeno (O2) en oxígeno atómico. Luego, este último se combina rápidamente con otras moléculas de O2 para formar el ozono (O3)”, abunda.
Ese proceso sucede desde hace miles de años, y forma una capa que envuelve a todo el planeta. Ese “escudo” absorbe la luz ultravioleta proveniente del Sol y no la deja llegar por completo hasta la superficie terrestre. “Si no tuviéramos esa protección, no existiría la vida como la conocemos, por la penetración de toda esa radiación”.
Si el ozono se acaba, si ese “escudo” se debilita, peligraría la vida. Y eso pasó hace algunos años, pero al darse cuenta de lo que ocurría la comunidad internacional comenzó a tomar acciones.
Al respecto, Castro Romero relata que a mediados de la década de 1970, en un congreso científico internacional en Londres, el profesor Frank Sherwood Rowland planteó que los clorofluorocarbonos (CFC’s) usados en el pasado en procesos de refrigeración y en los aerosoles utilizados en la vida cotidiana, son productos químicamente estables, y que con el tiempo cambian poco, por lo que debían acumularse en algún lado.
Junto con su colega y alumno Mario Molina Pasquel y Henríquez, Rowland se encargó de analizar y descubrir que en la estratosfera estaba ese acumulamiento. Hicieron un modelo y comenzaron a poner en alerta a la comunidad científica y, sobre todo, el químico mexicano realizó la tarea de convencer a la comunidad científica y a los tomadores de decisiones de que había un problema. Así lo corroboraron los satélites, sobre todo en el polo sur, hacia los años 80, y por el hallazgo recibieron, al igual que Paul Crutzen, el Premio Nobel de Química en 1995.
El uso generalizado de los CFC’s dañó considerablemente la capa de ozono que rodea la atmósfera terrestre, lo que llevó a la formación del agujero todavía presente, refiriere la científica universitaria.
Observaciones realizadas en 2019 por investigadores de la NASA y la NOAA quienes detectan y miden el crecimiento y la ruptura del “agujero de ozono” con instrumentos a bordo de los satélites Aura, Suomi-NPP y NOAA-20, comentan que entonces era de 9.3 millones de kilómetros cuadrados, menor al máximo reportado en 1998, cuando medía 25.9 millones de kilómetros cuadrados. “Lo que llamamos el ‘agujero’ es un adelgazamiento de la capa de ozono en la estratosfera sobre la Antártida que comienza cada septiembre”, refiere la experta.
El Protocolo de Montreal se firmó por 197 países en 1987, y entró en vigor en 1989; al signarlo, las naciones se comprometieron a reducir las emisiones de CFC’s, que fueron sustituidos por hidrofluorocarbonos (HFC’s), los cuales no dañan la capa de ozono pero son compuestos que calientan la atmósfera.
Se resolvió un problema global: la capa de ozono se regenera. No obstante, se logró con elementos que ahora afectan el clima de la Tierra, junto con otros gases de efecto invernadero como el bióxido de carbono y el metano. Por ello, el 15 de octubre de 2016 se adoptó la Enmienda de Kigali a ese protocolo, un acuerdo internacional para reducir gradualmente el consumo y producción de HFC’s.
Los HFC´s emitidos en procesos industriales, refrigeración y artículos de consumo, tienen alto contenido de los llamados halógenos, que incluyen principalmente cloro y bromo; y halocarbonos que poseen, los cuales tiene un impacto pequeño en la destrucción del ozono; sin embargo, son gases de efecto invernadero con un gran potencial de calentamiento climático y dañinos para el medio ambiente. Ante este panorama, Telma Castro resalta la importancia de hacer investigación y mejorar las tecnologías.
México, menciona la universitaria, fue uno de los primeros países en firmar el Protocolo de Montreal y el primero en ratificarlo. De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales nuestro país “ha desarrollado más de 100 proyectos en los sectores de refrigeración industrial y doméstica, espumas, aerosoles, sistemas de enfriamiento centrífugo, halones, asistencia técnica y capacitación, entre otros, para reducir su consumo de substancias agotadoras de la capa de ozono, y hoy en día todos los refrigerantes domésticos y comerciales, así como los productos en aerosol producidos en México se encuentran libres de CFC’s”.
Lo que hagamos para proteger y mejorar el medio ambiente, “aplicando un sentido común, como no generar tanta basura, dejar de usar el auto, etcétera”, va a beneficiar la conservación de nuestro planeta, que por ahora es nuestro único hogar para conservar la vida como la conocemos.
Hay que tener presente que los procesos naturales de la Tierra están interconectados de una u otra forma, y que al romper ese equilibrio siempre habrá consecuencias pequeñas o de gran magnitud. De ahí la importancia de cuidar nuestro hogar a partir de diversos ámbitos, trabajos y actividades, desde el lugar donde nos encontremos. “Todos somos responsables de lo que está pasando. Sí hay soluciones; los jóvenes, en especial, tienen mucho que hacer, y deben ser apoyados por experiencias de los adultos, para no cometer los mismos errores del pasado”, concluye Telma Castro.
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Contacto: samcarbajalreportera@gmail.com
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