Por Natalia Tieso, Mag. en Educación, responsable de desarrollo de América Latina del Bachillerato Internacional (IB)
Los educadores de todos los niveles atravesaron dos años de enseñanza en circunstancias de pandemia: han enseñado 100% en línea, en modalidad híbrida, con burbujas, con aislamiento alternado y, poco a poco, están viviendo una presencialidad en algunas aulas que se parece “bastante” a los colegios pre-COVID-19. Más allá de la modalidad a la que tuvieron que adaptarse para darle continuidad al aprendizaje, el agotamiento surge como una sensación recurrente entre los docentes, que se percibe con mayor intensidad en comparación con otros fines de años escolares. Entonces: ¿cómo motivamos a los educadores para que logren su bienestar y objetivos llegando a fin de año, y cómo los incentivamos para el ciclo 2022?
Pero en el contexto actual, surge la disyuntiva de cómo evaluar los logros de los alumnos de una manera totalmente objetiva, ya que estos han atravesado por factores de salud en los miembros de sus familias, o por aspectos económicos que influyeron negativamente en quienes perdieron el trabajo, entre otros. Asimismo, hay alumnos que continúan en un estado de poca motivación y apatía; les cuesta socializar con compañeros que solo han visto de forma presencial durante una semana en marzo cuando iniciaron en la universidad, por ejemplo.
Sin dudas el docente ha sido el actor del ecosistema educativo sometido a más exigencias y quien superó el desafío de “estar presente”. Es así como los educadores han dado muestras, un día tras otro, de que para dar clase en cualquiera de sus formas era imprescindible ofrecer su mejor versión, liderando su propio ser cuando se debían atender las exigencias de directivos, familias y los propios alumnos, ya que muchas veces daban clases desde su cocina mientras sus propios hijos tenían clases en el comedor.
En la vuelta a la semipresencialidad, los docentes se han transformado en expertos al momento de visualizar los espacios de 1,50 metros de distanciamiento físico, en respirar con mascarilla, tapaboca, y estudiar técnicas para que no se empañaran los anteojos, mientras recitaban una y otra vez “no se olviden de ponerse en las manos alcohol en gel”.
Es innegable que la pandemia logró colocar a la educación en el centro de las conversaciones de muchos interlocutores nuevos y diariamente los noticieros expresan la importancia de “evitar la pérdida del aprendizaje”, “mejorar la calidad educativa”, “respetar las necesidades y ritmos individuales de los alumnos” y “priorizar la evaluación formativa”.
A pocos días de cerrar el ciclo lectivo de 2021, damos por sabido que muchas cosas pueden suceder, pero también será el momento ideal para planificar con optimismo aquellas actividades que como educadores los hará sentir fortalecidos y los convertirá en personas más influyentes y con mayor bienestar.
Existen muchos recursos gratuitos a los que se puede recurrir para lograr la automotivación en estos tiempos de agotamiento. Algunos son:
En conclusión, será bueno resaltar una frase célebre de Winston Churchill, quien sostiene que “un pesimista ve dificultad en cada oportunidad, y un optimista ve una oportunidad en cada dificultad”. Los educadores terminarán el año con la posibilidad de analizar todas las grandes oportunidades que tienen por delante, habiendo atravesado una educación que marcará la historia de la humanidad. Los alumnos contarán con (y necesitarán de) su optimismo y, a su vez, los docentes requerirán de una actitud positiva para poder seguir inspirándose en sus tareas. Es así como cada uno podrá elegir qué actitud tomar ante los desafíos que el ámbito educativo le propone. El optimismo será sin dudas el camino al propio bienestar como cierre de estos dos años atípicos y como comienzo de un nuevo ciclo lectivo diferente.
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